jueves, 6 de abril de 2017

El Imperio bizantino

Después de la muerte del emperador Teodosio, en el año 395, el Imperio Romano se partió definitivamente en dos unidades políticas y administrativas diferentes: el Imperio Romano de Occidente -con capital en Roma- y el Imperio Romano de Oriente -con capital en Constantinopla. Constantinopla se había levantado sobre las ruinas de una colonia griega llamada Bizancio, y de ahí el nombre que recibió el Imperio de Oriente a partir del siglo V: Imperio Bizantino.
Mientras Roma fue atacada por los bárbaros, y la autoridad del emperador sustituida en el año 476, el Imperio Bizantino (y su capital, Constantinopla) siguió existiendo como una unidad política, heredera, en muchos aspectos, de la cultura greco-latina. Bizancio cayó en manos de los turcos otomanos en el año 1453, una de las fechas que se toma para datar el fin de la Edad Media.
El Imperio Bizantino alcanzó su mayor esplendor bajo el reinado de Justiniano, entre los años 518 y 610. Justiniano extendió la autoridad del Imperio, mediante conquistas; creó y recopiló leyes, y mandó construir importantes edificios religiosos (como la iglesia de Santa Sofía), puentes, acueductos y fortificaciones militares. Gobernó el Imperio con una autoridad centralizada en su persona, aunque contó con muchos colaboradores, entre ellos, su esposa Teodosia. Su poder era considerado de origen divino y gobernaba a la vez en materia política y religiosa.
Extendió sus conquistas por el norte de África, Italia y parte de la Península Ibérica. Contaba con una excelente flota que le permitió transportar sus tropas. Combinaron las acciones militares con las diplomáticas, porque en cada zona conquistada buscaron el apoyo de un miembro de la familia reinante que quisiera mantenerse en el poder.
Eran muchas las grandes ciudades, pero ninguna se equiparaba a Constantinopla. Situada a orillas del estrecho del Bósforo, durante varios siglos dominó el comercio internacional ya que era el lugar obligado de pasaje de mercaderes y barcos de todo el mundo conocido. Era un centro de intercambio cultural, en donde se conservaron las tradiciones de la época helenística, del mundo romano y de la religión cristiana.
En el año 1054, se produjo un cisma en la Iglesia: los ortodoxos y la Iglesia de Roma se separaron; la Iglesia Ortodoxa se unió en torno al patriarca de Constantinopla, división que subsiste hasta el presente.
Cuando se produjo la caída del Imperio Bizantino en el año 1453, sus aportes culturales sobrevivieron en Occidente y ayudaron en la formación del Renacimiento.

Extraído y adaptado de: Pensar la Historia 1, Editorial Contexto.

Prof.: Romina Rodríguez.

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